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El inicio de la escultura

El inicio de la escultura

La devoción pública y privada requería imágenes. Para responder a esta necesidad se organizaron talleres. La escultura se trabajaba en madera, no solo por haber preferido ese maternal la escultura hispánica sino porque no había mármol y la piedra no resultaba adecuada para esculpir con finura. La malicia era policromada de modo brillante, al estilo realista de Berruguete.

Terminada la talla por el escultor, había artesanos que se encargaban de la pintura. Lo hacían por la técnica del estofado, que llegaron a manejar con gran dominio. Se comenzaba por dorar la estatua con oro laminado; luego se la bruñía, para abrillantar el oro, y se la pintaba; entonces, con una punta de metal, se rayaba para hacer aparecer el oro del fondo.

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Esas líneas finas de oro producían un efecto bellísimo y de especial riqueza. Y en el juego de esos trazos el espíritu americano lucía su gusto barroco.

En las formas se comenzó por imitar las tallas españolas, sobre todo de Montañés, Cano y Pedro de Mena, y sus talleres; pero poco a poco se iba a ir cobrando personalidad, y los mismos motivos religiosos – los que los clientes encargaban – iban a ser animados por otro espíritu y a tener otros rasgos en su representación de lo humano.

Los primeros escultores.

Comenzaron a destacarse talladores e imagineros; pero en j un primer momento no conocemos sus nombres. El arte era un hecho religioso; más que ejercicio de busca de gloria personal. Sin embargo, a juzgar por lo que se pagaba por las tallas y los plazos que los artistas pedían – cosas ambas que han dejado huellas abundantes en los libros de cuentas de los conventos – estos anónimos creadores tenían en alta estima su oficio.

Los primeros escultores que escribieron sus nombres en la- historia de la escultura colonial quiteña, en pleno siglo XVI, fueron Diego de Robles y Luis de Rivera, españoles los dos.

Diego de Robles, habilísimo escultor, y Luis de Rivera, escultor, pintor y dorador, pusieron juntos taller. Una de sus] obras más bellas fue la Virgen de Guápulo, que talló Robles y Rivera encarnó y estofó con capricho en primoroso vestido. La fama de esta talla originó pedidos de tallas iguales.

Una idéntica hicieron los dos maestros para la parroquia de Oyacachi. Es la actual Virgen de El Quinche, que pintó así el cronista Rodríguez Docampo: “mediana, de color trigueño, de hermoso rostro y linda hechura, con su niño en brazos”.

Parece que también para el santuario del Cisne se pidió una estatua semejante. (La que nos queda, para admirar el arte de Robles, es la del Quinche: la de Guápulo se quemó en un incendio, por los años 1830 o 1835)

La otra obra de Robles

Otra obra de Robles es el grupo del Bautismo de Cristo, del retablo de la iglesia .de San Francisco. Obra de gran serenidad y justo ordenamiento, sobria, sin nada de los retorcimientos y dramatismo a que tan afecto sería el barroco. Robles hizo también retablos, que doró Rivera.

Contemporáneo de estos escultores fue el franciscano quiteño Francisco Benítez, que talló la preciosa sillería del coro de San Francisco y, con probabilidad, muchos de los santos de mediana talla que adornan la cúpula de San Francisco. Su arte, junto con ciertos rasgos un tanto primitivos, tiene segura expresividad.

En general, la escultura quiteña del siglo XVI se caracterizó por cierta simplicidad no exenta de rigidez, y, en el caso de muchas pequeñas tallas, se advierten hasta tosquedades y vacilaciones. Cabe pensar que sus autores completaban aún su formación en talleres y obradores. De entre ellos y sus discípulos saldrían los maestros que iban a dar esplendor a la escultura quiteña de los dos siglos siguientes.

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